jueves, 20 de septiembre de 2012

El nombre (Le Prénom, Alexandre de La Patellière, Matthieu Delaporte, 2012)


De nombres y de familias


Al acabar de ver ésta, lo adelanto ya, estupenda película francesa, es casi no imposible referirse también a la reciente Un dios salvaje, del maestro Roman Polanski. Con aquella también notable película, El nombre comparte un planteamiento argumental y estético similar. Si en aquella la pelea entre dos niños era el detonante de toda la acción posterior entre los respectivos progenitores, en ésta es la elección de un nombre para el primer hijo lo que desata un lío de proporciones descomunales en lo que parecía iba a ser un apacible encuentro familiar.

Sin embargo El nombre es una película menos radical que la de Polanski; en la puesta en escena, los dos directores no se atreven a encerrar  a sus protagonistas en un entorno tan cerrado e incluso se dejan llevar en ocasiones por algunos tics del cine francés reciente, como ese prólogo al estilo Amelie  (Jean Pierre Jeunet, 2001) por las calles de la ciudad y un epílogo en el hospital innecesario pero que usan para dulcificar un tanto las consecuencias de la desastrosa velada.


Por lo demás, la tesis de El nombre parece clara; debajo de las ideologías y los clichés (el intelectual progre, el frívolo playboy de derechas, el amigo sensible, refinado y un tanto afeminado que todas las mujeres quieren tener), se esconden los mismos problemas, conflictos y debilidades que el hombre ha tenido desde los inicios de esto que venimos a llamar familia y que a pesar de sus debilidades e imperfecciones sigue siendo nuestro refugio último y mal que les pese a algunos, la base de todo esto que venimos a llamar sociedad.


Así, en las dos horas que que dura El Nombre encontramos los reproches de la esposa que no se siente valorada por el marido, los celos entre hermanos, los recelos entre cuñadas, en fin, lo mismo de siempre pero con una conclusión clara: a pesar de los pesares no tenemos ni tendremos nada mejor que la familia.

Mención destacada merecen los actores, realmente todos estupendos y unos diálogos brillantísimos y divertidísimos en su análisis humano y sociológico de cierta burguesía francesa de capital.

En resumen, chapeau de nuevo para la cinematografía francesa, capaz de ofrecer casi cada año películas, casi siempre amables, de enorme éxito internacional, como es el caso que nos ocupa o la de la también excelente Intocable (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2011). Uno no puede menos que sentir un poco de envidia sana (y no tan sana) cuando lo más que podemos ofrecer allende fronteras es la última almorovarada.









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